Pulsión anisóptera

Una alcantarilla se traga los restos de la última hoja del Cercis siliquastrum de Wentworth Street. Desaparece en las cloacas, con todos los odonatos ocultos de Inglaterra. Mi par de castañuelas con tacones quiebran esta quietud inquietante y chapotean, cantando, hasta el roñoso pórtico de madera del número 17. Chin chin, cha chan, chan... Why dooo birdss ssuddenly appeear… chin, chin... eeverytime you are neear... cha chan, chan... Comienza el concierto de crujidos de la injustamente reconocida pensión londinense, Home for the Unknown. La cacharrería del cerrojo precede a los maullidos de la puerta. Una sinfonía de silbidos y tímidos pasos rodean a los escalones, que protestan, perezosos, por tan temprano despertar. Can we at least get some tea here? El contorsionista del pomo cilíndrico del dormitorio cumple con su oronda misión. I'm more like a coffee kind of guy. En medio de la orquesta de graznidos, oscitaciones, rezumamientos, bostezos, kettles, vapores de ensoñación y estimulantes varios... ¡Bang! Se desploman con estruendo sobre el suelo, al unísono, llaves, bolso, abrigo, zapatos, y mi aliento. Everyone shut up!



Contemplo mi rostro en el espejo e intento desenfundarme las capas de olvido y desenfreno que alimentan mi peculiar jornada laboral. No hay maquillaje que ilumine mi noche. Se me mezclan siluetas, reflejos y pantallas bizcas parpadeando. Los habitantes de Libellula nacemos con un entrenador personal para la muerte, una suerte de couch para el dolor. Yo me enamoré del mío. Hoy le voy a matar. Contemplo mi mirada en el fulgor del cristal de nuestro entierro. Humedezco el bastoncillo de algodón en mi desmaquillante para ojos sensibles. El dedo índice de mi mano izquierda estira la piel de mi párpado inferior derecho. La pinza de los dedos de la oposición se acerca lentamente a mi línea de agua. Punzadas en el lagrimal invocan al néctar de tus labios. Game over mi amor. Me has conocido en un momento extraño de mi vida. Ojalá nos encontremos de otro modo. Deslizo el bastoncillo por debajo de la córnea. Noto su forma atravesando mi mejilla. Lo clavo e introduzco en la ranura de la primera puerta de Anisóptera. El dolor se expande en mi cara. El marco de la puerta enfurece. Un torbellino de luz blanca sacude mis carrillos. Me arrastro como puedo. El suelo se llena de rostros que me miran. Sus sonrisas se me clavan en la mandíbula. Cientos de niñas se han paralizado. Absorbo su ternura y consigo fuerza suficiente para traspasar la montaña que me da la bienvenida a Zigóptera. En la pausa de la reconciliación, aún se puede respirar. Inspiras en mi oído y yo deseo que no terminaras nunca. Me agarras por detrás con un cuchillo en cada mano. Mientras me abrazas, trazas con su canto mi cuello y todo el contorno de mi rostro ovalado. En mi frente inviertes las cuchillas con la pasión de un torbellino. Su filo es lo único que hace enmudecer a mi ácida piel. Grito con todo mi viento. Aprietas mis esferas y el frío desgarra mis cimientos. Tus manos bajan escalonadas, en un compás de 12/8, haciendo pequeñas incisiones. Con cada hendidura, se acelera mi turbina. Seccionas mis labios en un perfecto corte mirepoix para ensaladilla rusa. Aparto mis manos de tus nalgas, paso tus lumbares, me encaramo a tus omóplatos, separo mis pechos, invoco al cielo en que no creo y, de un golpe seco, mientras te noto entre mis piernas, me agacho y empujo el reactor de cuchillos hacia tu cuello. Se te queda clavado en la garganta. Pareces una minipimer. No te mueres. Whip me baby! Whip me hard! Me introduzco en la herida de tu yugular. Los ríos de sangre me dan la potencia necesaria para resbalar por tu garganta. Resisto al torrente que quiere echarme de nuevo hacia afuera. ¡Soy lo único que tienes y lo sabes! Eso me mantendrá firme el tiempo suficiente. Tengo que encontrar el botón que te desactiva. Viajo por tu tubo digestivo hacia el comienzo. Amnesia y delirio. Las niñas. ¡Ya no quiero tener hijos contigo! Me topo con unas cuantas úlceras y lesiones histológicas tipo Marsh 3. Mi canoa se llena de tentáculos, lenguas, serpientes y todo tipo de seres reptantes. Entre el asombro y la desesperación, hago lazos con todos ellos hasta conformar el paquete de cumpleaños más sórdido del universo. A modo de ofrenda y petición de salida, le entrego el presente a las bacterias de tu colon. Como las desgracias eran pocas, el Clostridium Difficile no me permite salir sin más. Negociamos durante varias noches, la rendición de tu esfínter interno, a cambio de mi identidad. Todos los comerciantes, juristas y hombres de negocios de aquella sala de reuniones, tenían mi exacta fachada. Cuando mi cordura está a punto de caramelo, esperando a enfriarse en el mármol de la cocina, me sueltan de golpe. Propulsada con violencia, por décadas de ilusiones, desengaños, comprensión y, finalmente, aceptación, creí que, al menos, tendría un final holgado y me permitirían salir por tu ano. Pero una vez allí, me topo con otra maldita puerta. ¿Cuál es la llave que desactiva el rencor? Los ruidos de tu estomago no mienten. Epojé. La propia pregunta te da la respuesta. Te derrites encima mío. ¡Quiero fundirme contigo, ser la lava que arde dentro de ti! Una explosión. Dos. No me muero. Tic. Una lágrima se va por el desagüe. Cantas muy bajito: chin chin, cha chan, chan... Just like meee, they loong to bee, close to youu... chin chin, cha chan, chan... Te sigo hasta que desapareces por la tubería. Desde allí me dedicas un último guiño. Miro otra vez. Nada. Ya no estás mi amor. Reviso la suciedad en el bastoncillo de algodón. Ni rastro. Lo tiro a la papelera. Lo entierro entre papeles usados, compresas y botes de gel vacíos. Me ha salido un tick nervioso en el ojo derecho. Cuando esto sucede, mi suelo pélvico se contrae involuntariamente y recibo una punzada de dolor en el estómago. He ganado esta batalla, pero no podré volver a mirarme en el espejo sin que todo se llene de libélulas y la historia silbe de nuevo.

Ilustra: Eloisa Alquati






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