Carlitos el niño árbol


Carlitos es un niño de 6 años tímido y regordete. Su tez es pálida y sus mejillas sonrosadas. Tiene unos rasgos dulces y tranquilos. De su cabeza, en un lugar de pelos, brotan las ramas de un árbol, un auténtico cedro del líbano. Su madera fuerte, de grandiosa estirpe y bello aroma, es la envidia de la familia. Su mama Mercedes no puede estar más orgullosa.

Madre: He parido al pináceo más maravilloso del mundo.

Sus hojas son de un intenso verde oscuro, y su corteza rugosa traza los surcos más bellos de la historia. Nadie se explica este fenómeno tan curioso pero todos lo viven con naturalidad.
Tanto Mercedes como su marido Manolo, tienen el pelo castaño, lacio y apagado de todos los Martinez Sanchez.

Padre: No sabemos cómo ha podido suceder.
Madre: No somos nada extravagantes. Somos una familia de lo más normal, en serio.

Carlitos tiene un problema. No tiene amigos. Pasa sus días en la soledad de su pisito de Cangas de Onís, esperando el día en que, por fin, pueda ir a la escuela.

Carlitos: ¡Los otros niños harán casitas entre mis ramas!

Hoy ese día ha llegado. Es su primer día del colegio. Carlitos está muy emocionado.

Carlitos: Por fin voy a conocer a otros niños.

Se le saltan algunas lágrimas de alegría. Pliega cuidadosamente los dibujos que ha hecho para regalarles a sus nuevos amigos y agarra su mochila con gran alborozo. Su madre le colma de besos y le deposita en la puerta de la escuela.

Madre: Mucha suerte Carlitos, espero que no te olvides de nosotros ahora que vas a estar rodeado de otros niños.
Padre: Recuerda que nadie te querrá nunca como tus padres. Dice Manolo intentando parecer fuerte.

Carlitos corre tan deprisa a abrir la puerta de la clase que nada más entrar tropieza y cae al suelo. Siente en su frente el dolor de haberse estrellado contra las frías baldosas. Una de sus ramas se astilla y le hace una herida en el pie. Aun así, preso por la emoción de esa nueva vida que comienza, se levanta rápidamente y mira ilusionado a sus compañeros, todos ya sentados cada uno en su pupitre. 15 niños con el pelo corto y la ralla al medio le contemplan en silencio.

Carlitos: ¡Hola amiguitos! - exclama todavía un poco mareado.

Uno de los niños se levanta y le señala con el dedo.

Niño: ¡Qué raro! ¡Le salen ramas de la cabeza! ¡Es un monstruo! -mientras se ríe sin parar.

Un coro de risas le sigue inmediatamente.

Niños: ¡Monstruo! ¡Pino de mierda!

Carlitos, confundido, busca algún rostro de consuelo, pero no lo encuentra y, en su desesperación, termina por tropezar de nuevo.

Carlitos: No soy un Pino, soy un Cedro del Líbano.

Niños: ¡Es un monstruo torpe!
Ríen y ríen sin parar soltando toda clase de barbaridades e improperios no aptos para público infantil.

Carlitos apoya sus manos en el suelo de mármol. Levanta la cabeza. Se coloca un zapato que se le había caído y se levanta. Contempla a sus compañeros. Avanza unos pasos hasta situarse en medio de ellos. Comienza a girar sobre sí mismo. Poco a poco va aumentando el ritmo. Gira y gira hasta alcanzar los 60 kilómetros por hora. Las ramas de su cabeza giran con él y arrastran y golpean a los niños. Algunos son lanzados fuera del aula, rompiendo los cristales a su paso. Otros atraviesan la puerta y acaban en alguna esquina del pasillo. Pasados 3 minutos, el único niño que queda de pie es Carlitos. Se detiene. Echa un vistazo a su alrededor y se va.

La desilusión cubre su rostro. Las ramas se curvan hacia la tierra. Sus hojas se desmoronan. La madera empieza a resquebrajarse. Llueven astillas. Se funden en el barro. Carlitos se queda calvo y llora desconsoladamente hasta las 5 de la tarde. Mercedes abre la puerta del coche.

Mama: ¡Hijo mio! ¿Qué les ha pasado a tus ramas?
Carlitos: Nada mama, que me hice grande.

FIN

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